27 de marzo de 2009

Un día (quinto round y K.O. )

Tu fiera no quiere bañarse. Sencillamente no le da la

gana. No le parece necesario en absoluto. De hecho, a ti

tampoco te apetece una mierda discutir por eso. Pero hay

una voz en tu cabeza que te dice que no puedes transigir ahí.

Se ve que lo de ser madre viene con un chip que te obliga a

dar importancia a cosas tales como higiene, alimentación,

obediencia… A veces, te sorprendes a ti misma cabreándote

porque tu fiera no te obedece. ¡Pues claro que no te obedece!

Que alguien pruebe a darte órdenes a ti… Así que procuras

que lo tuyo no sean órdenes, sino sugerencias. Y tardas más,

claro. Pero le metes en la bañera, qué coño, porque tú, como

bien sabes, eres la polla. Y le pones el pijama también a base

de sugerencias. Primero este pie, mama. No, primero este. No,

este. Este. Este. ¡Vale! La mama se está enfadando otra vez…

Ya en pijama, te espera viendo la tele. Haces la cena

asomándote de vez en cuando al comedor. Ahí está. En el

sofá, la mar de tranquilo, con carita de no haber roto nunca

un plato. Está agotado. Mira vida, croquetas. No te limpies

con el pijama, por favor. ¿Quieres usar la servilleta? ¿No

quieres más? Pero si has comido muy poco. Un poco más y te

doy el postre. Venga, ¿Un yoghur? Vale. Un rato la tele y a

dormir. ¡Un rato no, así! Y extiende sus dos manitas abiertas.

Porque esa es su manera de decir mucho. Supones que

piensa: un dedo es uno, dos dedos son dos… Si pongo todos

los dedos que tengo será lo máximo… Y eso hace: enseñarte

todos los dedos queriendo significar lo máximo. Y tu: cuando

se acabe esto, señalando la tele. Vaaale. Y llamas a su padre.

Hay que llamarle cada puto día. Manos libres. Habla con el

papa, dile que has hecho hoy. Tu fiera: nada. Y mientras su

padre intenta arrancarle un par de palabras más, te vas a la

cocina, abres la ventana y te fumas un cigarro. ¿Ya está,

vida? Dile buenas noches al papa. Dale un besito, rey. A

dormir. ¡Nooo! Berrinche al canto. Pero esto es fácil. Sabes

que quiere que te quedes a su lado. Así que, primero un pipi,

luego le das agua, y luego a la cama. ¿Se va la mama? No.

Pues, a dormir. Cuéntame un cuento. Vale. Los tres cerditos.

Y colorín colorado… ¡Ese no quería! ¡Quería otro! A dormir.

Mamaaa… A dormir. Mamaaa… ¡A dormir! Vale. Codazo.

Patada. Dedo en el ojo. Un besito. Te quiero vida, que

descanses. Yo también te quiero, mama. Será zalamero… A

dormir. Y se queda quieto. Y rezas para que se haya dormido.

Y sales de su cuarto lo más sigilosamente que puedes. ¡Sí! Se

durmió. A media noche se vendrá a tu cama, como siempre.

Pero ahora tienes dos opciones: recoger y limpiar (este medio

día no has hecho nada) o acostarte temprano. Estás agotada.

Y mañana trabajas todo el día. Pero ni la una ni la otra, para

variar. Te sientas delante del ordenador. Y se te hace

tardísimo. Así que te vas a dormir. Ya en la cama, piensas en

todo lo que deberías haber hecho. Y en que tu casa parece

una cuadra. Y en la cara que pondrá tu madre mañana,

cuando venga a buscar a la fiera. Pero te consuelas pensando

en que ya limpiarás el fin de semana. Al fin y al cabo,

tampoco puedes estar en todo. Aunque seas la polla. Que lo

eres. Y se te va la mente imaginando lo bonito que sería si

esto… O si lo otro… Un codazo. Ya lo tienes aquí. Le tapas. Le

adoras.

¿Ya? Joder, pero si te acabas de acostar… Y vuelves a

cagarte en el puto móvil…

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