28 de marzo de 2009

Y aunque tú no me leas...


Recuerdo mientras te esperaba. Allí plantada, pensando en que el pelo me había quedado fatal y en que la camiseta era demasiado corta. No sabía por dónde ibas a aparecer y estaba demasiado nerviosa. Y ahí estabas, con tu camiseta azul y una media sonrisa tímida, viniendo hacia mí. Me pareciste bajito y me llamó la atención tu forma de andar. Y tus ojos, tan expresivos.

Fuimos a tomar algo antes de cenar y te vi serio, o triste, no sabía distinguir a qué se debía esa expresión. En cualquier caso, te noté incómodo. Durante la cena, estuvimos hablando de todo y de nada. Yo te observaba. Tus manos, tus labios. Y ese ritual tan tuyo de separar la carne de todo lo demás.

Ya en tu casa, no olvidaré nunca esa mirada. Ladeando la cabeza con esa expresión… No sé quién se lanzó primero. Tus besos me envolvieron, me perdí en esos labios y erizaste mi piel con tus caricias. Me encantó sentirte sobre mí, dentro de mí. Abrazados, acalorados, nos sobraba deseo, nos faltaba noche. Me dejé llevar y fui tuya esa noche, en el sentido más estricto de la palabra. Tuya. He sido tuya cada vez, aunque nunca lo has creído.

Esa debió ser nuestra primera y última noche. Debió acabar ahí una historia que al final ha sido demasiado larga. Una historia que recuerdo de principio a fin. Cada detalle, cada palabra, cada mirada. He pasado del amor al odio, sin término medio, hasta agotarme. Y sigo queriendo leerte el pensamiento. Aún sabiendo que ya no seré tuya, nunca más.

Y aunque tú no me leas, siento el irrefrenable impulso de escribirte.




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